Impregnarse de Dios. Muy probablemente la joven María de Nazareth acostumbraba estar impregnada de Dios, es decir, en su presencia. En la narración del “anuncio del ángel Gabriel”, el evangelio nos dice que el ángel entró a la presencia de María. Visualmente es como si se diese una intersección de presencias: la del ángel y la de María. Y en ese espacio-tiempo es donde Dios se puede manifestar como realidad sensorial.

María escucha y ve a este mensajero de Dios y acoge su palabra. La Palabra de Dios. Ella, que aún no estaba casada, guarda este anuncio y, más tarde, junto con José reciben ese don, ese regalo de Dios.

“En el comienzo era la Palabra”, recita el prólogo del evangelio de Juan. Esa Palabra estuvo reverberando durante mucho tiempo hasta que encontró eco en María, mujer sencilla, y ahí se encarnó. Y se fue organizando molecularmente y desarrolló órganos y sensibilidades hasta que, madura, vio la luz en medio del invierno.

Un abanico amplio de personas se fueron acercando, seguramente también impregnados por del anuncio de Dios. Desde seres marginados como los pastores y pastoras, hasta sabios que venían de lejos buscando los porqués de la vida. ¿Y qué encontraron? Un niño recién nacido en medio de la más absoluta pobreza. ¿Cuál era misterio? La Vida al desnudo: un ser libre, con sus cualidades propias y capaz de amar y ser amado.

(Aquellas personas, treinta años después, si es que supieron del ajusticiamiento de Jesús, ¿relacionarían esa persona crucificada con el recién nacido en Belén?).

Una Palabra que existe desde el comienzo y continúa vigente es una palabra de vida: es la Vida. La joven María vivía impregnada de Dios, sentía su presencia en todo. Para vivir impregnados hay que ser porosos, poder reconocer nuestro interior en lo que nos rodea: yo también soy parte de mi hermana, del árbol, incluso de la injusticia. Y, a su vez, palpar en nuestros adentros el eco de lo que sucede más allá de mí.

Esta continuidad de la vida que me traspasa es lo más cercano a la “Palabra hecha carne”. Sí, porque yo soy carne y la Palabra contiene el aliento de la Vida. Si escucho lo que está sucediendo a mi alrededor y lo que me sucede a mí escuchando ese alrededor, me voy impregnando de la vida y voy impregnando a la vida de mí.

Texto: Javier Bustamante

Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza


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