“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.” (Mt. 2, 10-12)

Los primeros en recibir el anuncio del nacimiento de Jesús, fueron los pastores y los Magos de Oriente. Los pastores eran judíos no religiosos, no observantes; marginados de la sociedad del tiempo de Jesús, gente que no contaba para nada. Los Magos eran sabios, astrólogos, científicos; tampoco eran judíos, ni religiosos, podríamos decir en categorías actuales que eran agnósticos coherentes: ni religiosos, ni bautizados, ni observantes.

A los primeros se les aparece el ángel, anunciándoles la buena nueva. A los segundos, se les aparece una estrella, como un mensajero del cielo, signo de que se anuncia algo de parte de Dios.

En los pastores y en los Magos de alguna manera estamos representados todos. Del no creer podemos pasar a la creencia. Los magos hacen caso del signo y se ponen en camino. Pero primero saben ver el signo… y eso, de algún modo me hace pensar que eran contemplativos, contemplativos de la realidad. Y, por serlo, ven la estrella y se ponen en camino, dejando certezas, seguridades, comodidades,… abiertos al Misterio, a lo desconocido. Esto implica desinstalación y humildad. El soberbio no se mueve del pedestal de sus seguridades, o de las verdades que él ha construido, aunque no estén basadas en la realidad sino en ideas, fantasías o ansias de poder. A los Magos también se les llama los “Sabios de Oriente” y es porque la verdadera sabiduría implica humildad. El sabio investiga, contempla, observa… pues sabe que no lo sabe todo, que el mundo, la vida entera, es un misterio. Por eso está abierto a lo que la realidad le va mostrando.

Y se ponen en camino juntos… son un grupo. La opción de ponerse en camino es personal, pero el grupo es fundamental para hacer una experiencia de fe.

Cuando ven la estrella se llenan de inmensa alegría… ¡qué importante es saber leer los signos! A veces vamos por la vida bien perdidos y, no nos damos cuenta que Dios permanentemente está con nosotros y a través de sus signos nos va mostrando el camino, el verdadero camino, el que lleva a la alegría y felicidad auténticas.

Entran en la casa, ven al niño y lo adoran. Ven y creen. Ellos, que no eran judíos, que no eran religiosos, que no estaban condicionados ni prejuiciados, ven y creen. Todo lo contrario a los que, sintiéndose dentro de la Ley, observantes y cumplidores de todos los preceptos, ven y no creen.

Y le ofrecen oro, incienso y mirra. Ponen a los pies de Jesús, lo más significativo del ser humano. El incienso, signo de su relación con aquel que todo lo trasciende, Dios. La mirra, ungüento balsámico, medicinal, signo de la importancia del cuido de la salud, del propio cuerpo y de los demás, bálsamo curativo, caricia… El oro, no como signo del dinero, sino del trabajo humano para ajardinar el mundo, para irlo haciendo cada vez más “Reino de Dios”.

Los magos vuelven por otro camino. El encuentro con Jesús no les deja igual que antes. El encuentro de cada uno de nosotros con Jesús no nos puede dejar indiferentes. Quizás el camino sea distinto, o quizás sea el mismo pero la forma de recorrerlo, cambian. Después del encuentro con Él, tú ya no eres el mismo y, por tanto, tu itinerario existencial hace un giro de ciento ochenta grados. De alguna manera, cada vez que nos encontramos con “otro”, este encuentro si es auténtico, si no es frívolo, también nos cambia, nuestro camino se va enriqueciendo y se va transformando con cada nuevo rostro.

Jesús, estrella y término de todos los caminos, creemos en lo que Tú nos prometiste: “Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos”.

Por Lourdes Flaviá