Para San Pablo el amor es el centro de todo, lo que da sentido y valor a cualquier acto humano. Sin amor, todo se vuelve vano. En la primera carta que escribe a los cristianos de Corinto, pleno de la inspiración del Espíritu Santo, nos ofrece una concepción del amor nacida de las enseñanzas de Jesús. Una concepción del amor que, además, cualquier ser humano puede hacer suya sin importar su origen o creencia religiosa.

Es tan radical el valor del amor que Pablo escribe: “Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada”. El acto más generoso, el sacrificio más grande, se desvanecen si no son hechos en clave de amor, si en ellos no está concentrado el deseo de hacer el bien, desde la libertad.

El amor es dinámico, es movimiento, es expansión. Por eso esta carta nos plasma un amor aparentemente inalcanzable, muy exigente a la hora de intentar ponerse en práctica. Pero nada más contrario a ello. Recordemos que Jesús se acercó siempre al más limitado, en todos los sentidos. Y ese más limitado somos cada uno de nosotros. Jesús se acercó para invitarnos a ser mejores, a vivir en paz y con alegría la vida que a cada quien nos fue dada.

Pablo destaca un matiz muy importante: la madurez en el amor. “Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño.” El proceso de pasar de niño a hombre no es instantáneo, requiere tiempo, experiencias, aprendizaje. Las mujeres y hombres somos limitados y, a menudo, cometemos más errores que aciertos. Comprendemos la realidad y la juzgamos desde nuestra individualidad y eso, muchas veces, es fuente de conflicto y sufrimiento en las relaciones. Sin embargo, el ser humano tiende al amor y cada quien, a su ritmo y con sus límites, va aprendiendo a amar. Pablo nos sugiere muchas pistas de lo que es y lo que no es el amor. Seguramente hay más. Lo cierto es que amar es un arte que se va perfeccionando en el transcurso de la vida.

El amor cristiano, aunque nace de la libertad individual, es por naturaleza amor de donación, de entrega, no se queda en la persona. De esta manera, los límites de uno son asumidos por otro y la convivencia va puliendo las aristas, enseñándonos diversas maneras de amar. Pablo retrata el amor quizás con proclamas que nos pueden parecer inalcanzables: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad”. Sin embargo, cada uno podemos encarnarlas desde nuestra propia realidad y partiendo de nuestros propios límites, no para quedarnos en ellos, sino para que, precisamente, partiendo de esos límites los trascendamos gracias al mismo amor. Esto no podemos hacerlo solos, necesitamos en el marco amoroso de los seres que nos rodean.

Texto: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

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Audio: Una carta de amor