Ahora son mayores y tienen ya la mirada del paso de los años, vivieron mucho tiempo juntos y después decidieron separarse, pero la estima perdura y se consideran «familia«.
Cuando se conocieron eran jóvenes y tenían hijos chicos, cada uno con su respectiva pareja. Un amor fulminante los atravesó y coincidió que el momento político del país los obligó a buscar refugio en otra geografía. Se encontraron generacional, profesional, psicológicamente y en el amor. Pero junto a la aventura del amor, venía la distancia de sus respectivos hijos; la ausencia de noticias del país; el idioma nuevo de un pueblo que los acogía; el frío de otras latitudes; enfermedad; extranjería; falta de trabajo, aislamiento… Los animaba y unía tozudamente estar juntos, acompañarse y la libre comunión, pero también eran muchas y crueles las dificultades que enfrentaban.
Como dentro de la incoherencia humana, a veces se hace el mal que no se quiere y se deja de hacer el bien que se desea, empezaron a traicionarse, y es así que apareció el silencio doloroso y la ineptitud afectiva. Y un día creían no amarse. Hoy todavía no saben bien qué pasó, pero decidieron no seguir, no vivir juntos y “rehacer” sus vidas. Y pasó el tiempo. Y como era mucho lo que los había unido y juntos habían construido el sentido de sus existencias en medio del no mucho sentido y las contradicciones, un día, después de un tiempo difícil de precisar, se reunieron de nuevo para explicarse mutuamente. Y es así que volvían a estar uno frente al otro, mucho más sedimentados y con nueva luz. Fue entonces cuando, lejos de las impetuosidades y de las emociones intempestivas, se vieron mutuamente como “un otro”, un hermano y una hermana y decidieron que siempre serían “familia”. Porque eso era lo que siempre habían sido y les hacía falta. Se necesitaban como dos hermanos, testimonios uno del otro, de la propia historia y procesos. Al relatarse mutuamente los silencios, comenzaron a sanar los dolores y entender al otro, a ellos mismos y a la relación que todavía estaba viva, pero más profunda y sólida.
Él, ahora tiene otra compañera, y ella también tiene un nuevo compañero. Han pasado muchos años, se ven frecuentemente y comparten amigos. Todos saben que son familia y que el amor, igual que la energía, no se pierde, se transforma.
Texto: Elisabet Juanola
Voz: Javier Bustamante
Música: Manuel Soler, con arreglos e interpretación de Josué Morales
Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza
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