Muchos de nosotros recordamos el abrazo del Papa Francisco a un enfermo de neurofibromatosis, enfermedad que le provoca a este hombre de 53 años deformaciones en la cabeza, rostro, manos…

Quizá la primera impresión que nos produce la imagen sea de conmoción. Nos emociona este gesto de ternura y nos parece de una gran belleza.

Nos podemos preguntar, ¿dónde reside la belleza de este abrazo a un hombre que sufre una terrible enfermedad, que en muchas ocasiones lo que debe haber producido en la gente es repulsión?

La belleza de este gesto se encuentra en la misericordia del abrazo.

Este Papa, llamado ya el Papa de los gestos, abraza indistintamente a toda persona, por el simple hecho de que esta persona “es”. Tiene la capacidad de superar con gran libertad los estereotipos, los cánones de belleza que a menudo reducen la persona, para ver la belleza que se esconde en toda criatura, ya que toda criatura es bella porque es querida por Dios.

El sufrimiento en sí mismo, al desnudo, no nos parece hermoso, porque el sufrimiento reclama el ropaje del acompañamiento de los otros.

El sufrimiento ajeno puede que nos revuelva las entrañas y que despierte en nosotros compasión, como aquel samaritano que iba por el camino que va de Jerusalén a Jericó.

Pero, probablemente, a nadie se le ocurriría decir que la imagen del hombre apaleado en la cuneta del camino es bella. Sin embargo, el relato bíblico desprende belleza en todas sus líneas. Aquel samaritano es capaz de ver más allá, su mirada es distinta a la de los otros que pasaron por allí, que vieron pero continuaron sin mas su camino. La mirada del samaritano era una mirada misericordiosa, capaz de conmoverse con el sufrimiento humano.

Es la mirada que mira con ojos de Dios, esa mirada que es capaz de transformar lo “feo”, un hombre apaleado en la cuneta de un camino, solo y desvalido, abandonado a su suerte, en algo bello, en un gesto de hospitalidad y de amor. La misericordia de Dios puede transformar lo feo en bello, el desamor en amor. Esta es la fuerza de Dios.

Pero volvamos al relato del samaritano. Lo hermoso en él, aquello que a nosotros nos conmueve cuando vemos esta escena, es precisamente la hospitalidad y misericordia que nos muestra. Por eso nos parece bello y conmovedor. Por eso el abrazo del Papa Francisco a Vinicio también nos conmueve.

Si contemplamos con la mirada de los «pequeños» o de los «simples de corazón», entonces un gesto de misericordia nos emociona. De la misma forma que nos emociona contemplar y deleitarnos con un amanecer o una puesta de sol siempre nuevas.

Tanto la belleza de la creación como la misericordia nos conmueven, mueven algo en nuestro interior. Tocan algo de muy profundo en nuestro ser, quizá porque conectan con Dios que habita en nuestro interior. En el interior de toda persona.

 

Texto: Montserrat Español

Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría

 


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