Las bienaventuranzas del sermón de la montaña poseen constante actualidad, y amplían incluso su campo de acción dirigiéndose a las desventuras de los hombres y las mujeres de hoy. Los que lloran, los que sufren por causa de la justicia, los hambrientos, etc., tienen siempre la promesa de Jesucristo de que son y serán consolados.

Obviamente, el Señor no llama bienaventurados a quienes lloran por ambición, a quienes son perseguidos por haber cometido injusticias, a quienes trabajan a favor de la guerra, o a quienes padecen hambre por haber dilapidado sus bienes en vicios; no, sino que Jesucristo se refiere a quienes están en la situación que dicen las bienaventuranzas, pero lo están por causa del amor a Dios y al prójimo, por el servicio a los demás, incluso a los enemigos.

Las bienaventuranzas son un pacto, una alianza; son una hermosa expresión de la Nueva Alianza. Si nosotros, por amor y servicio a los demás, vivimos la primera mitad de cada bienaventuranza, mansos, hambrientos de sed y justicia, limpios de corazón, etc…, Jesús se compromete a darnos el reino de los cielos, a saciarnos el hambre, a consolarnos, a que veamos a Dios, etc., etc. Es ciertamente un bello pacto, en que a nosotros corresponde la primera mitad y a Él la segunda.

Nuevas desventuras

Pero, además de las situaciones descritas en las bienaventuranzas, que son situaciones de siempre, ¿qué desventuras se dan especialmente hoy, de las cuales Nuestro Señor, sin duda, se apiada y desea que nos apiademos, y a los que las padecen Él llamará también bienaventurados? Yo destacaría una, muy común: la falta de tiempo, del cual se dice hoy que es un bien escaso. El agobio de los quehaceres, la multiplicación incesante de requerimientos, compromisos y obligaciones que tantas veces conlleva la vida. Es claro que, al estrés, puede llegarse por causa del propio orgullo, por creerse y desear ser un dios, por ambición, por maldad, etc. Pero no me refiero a éstos, sino a aquellas personas, sean cristianos o no, que por honradez y bondad, por ética y por justicia, por amor y olvido de sí y por cumplir su obligación de solidaridad con todos, tantas veces no les queda siquiera un minuto de descanso, no disfrutan asuetos semanales, ni prácticamente poseen vacaciones.

Si el mundo fuese un bucólico paraíso color de rosa, lo anterior no ocurriría. Pero no es así, sino que, fruto de nuestras esenciales limitaciones –no somos dioses– y de nuestros pecados, en la sociedad hay pobres, se ven ancianos y niños abandonados, existen marginados, se dan situaciones de guerras y penurias, y tantas otras realidades que reclaman de hecho nuestras fuerzas, energías y tiempo, en una creciente espiral sin fin.

Evidentemente, el amor, el servicio a los demás y la solidaridad, deben vivirse sin orgullo sino con humildad, y han de regirse, además, por la tan necesaria virtud cardinal de la prudencia. Aun así, aun con prudencia y con templanza, las necesidades humanas son tan numerosas, grandes y perentorias que, cual el buen samaritano, hemos de detener muchas veces nuestro camino y atenderlas, aun a costa de quedarnos «sin tiempo».

«…porque se os dará el Domingo»

Es a éstos a quienes hoy Jesús diría: «Bienaventurados los que no tienen tiempo…!» Es esta la primera mitad de una posible nueva bienaventuranza. Pero, ¿qué les prometerá el Señor en la segunda mitad como añadidura, como «ventana». En coherencia con los evangelios, yo diría que Jesucristo, que es Señor del tiempo, completará esta bienaventuranza así: «¡Bienaventurados los que no tienen tiempo… porque se les dará el Domingo!» El Domingo, es decir, la presencia de Dios con nosotros, el real y verdadero descanso, el saciamiento y la resolución de todas las desventuras y problemas de todos, la paz, la alegría y el gozo que la presencia de Dios produce en nosotros, sin fin. ¡Paz y Fiesta para todos! El Domingo ya aquí, y también el Domingo sin ocaso.

Esforcémonos en vivir cristianamente el domingo como nos recomienda el Concilio Vaticano II con gran sabiduría. Lancémonos a pensar, con generosidad y con prudencia, nuestros planes cotidianos de amor y servicio a todos y a todo. Y no tengamos miedo. Él mismo Jesús dijo también: «Venid a Mí todos los cansados y agobiados y Yo os aliviaré».

En las bodas de Caná, María, viendo las necesidades de los novios, intercedió ante su hijo diciendo: «Hijo, no tienen vino». Hoy, a buen seguro, añadiría: «Hijo, no tienen tiempo».

Por Juan Miguel González Feria
Publicado por:
El Instituto de Servicios Sociales.
Vida  Ascendente, enero de 1994.